Monsiváis
Enrique Montalvo Ortega
Con la muerte de Carlos Monsiváis el día de ayer, México ha perdido a su intelectual más crítico y completo, a alguien que con la fuerza de su palabra constituyó en todo momento un desafío para el proceso de derechización que hemos venido viviendo desde hace varias décadas, proceso que amenaza ya nuestra existencia como país.
El rasgo más notable, y a la vez temible, para el México actual, el mayor riesgo que enfrentamos, lo constituye la destrucción del país a raíz de la incapacidad sin límites de quienes nos gobiernan y de la gigantesca ambición y rapacidad de los grandes oligarcas. Fenómenos tan destructivos como el de la violencia actual serían impensables en un México en el que el tejido social no hubiera sido arrasado por las acciones de los protagonistas de la imposición neoliberal.
La escritura de Carlos Monsiváis constituyó precisamente una apuesta a la reestructuración y renovación del tejido y la identidad nacional, en términos realmente democráticos y populares. Son incontables sus aportaciones en los ámbitos de la historia, la crónica (con la que ha rescatado la vida de innumerables movimientos sociales), la crítica literaria, el análisis político, la cultura popular y muchos otros terrenos, pero si algo unifica su obra es la intención de construir una sociedad en la que todos los mexicanos podamos convivir libremente y disfrutando de la vida.
Vienen a mi mente ahora los más diversos flashazos de su imagen. Lo recuerdo sentado en su escritorio, en su casa de la colonia Portales, sumido entre una montaña de libros y una pléyade de gatos que aparecían por todas partes, comentando las distintas facetas de nuestra crisis.
Lo miro en “Aguascalientes”, en la Convención Nacional Democrática del EZLN, con un palo a la manera de bastón para apoyarse tras una torcedura del pie, apoyando a la vez que tratando de comprender la lógica de ese movimiento social con armas, que no movimiento armado, como lo definía.
Lo recuerdo en un café, tras un encuentro casual en una librería de Madrid, en 1995, reflexionando sobre boleros “históricos”, de los que recordaba anécdotas sorprendentes, así como por supuesto las letras completas.
Lo veo en las calles del Distrito Federal tras el temblor de 1985 o en diversas manifestaciones públicas, ya sea formando parte de los contingentes, ya observando libreta en mano.
Lo miro en los balcones de nuestro Palacio Cantón en mayo de 1993 reclamándome invitarlo a este calor para el que se declaraba incapacitado, sólo para después, en un salón repleto para la presentación de la revista Veraz, sostener que “la ironía será importantísima como un arma de la que el lector se provee, en la que el lector se ejercita en el enfrentamiento con la información, con la declaración”. No en balde su legendaria sección “Por mi madre Bohemios”, en la que con sarcasmo sin igual exhibía la estulticia de los personajes del poder (políticos, clérigos o empresarios), utilizando tan sólo sus propias palabras y algunas acotaciones marginales, llegó a hacer verdaderamente escuela por su originalidad e ironía.
En el prólogo que escribió para mi libro, México en una transición conservadora, sintetizó magistralmente el itinerario del conservadurismo yucateco: “La historia contemporánea de Yucatán no es sino la lucha por el poder acompañada de un pacto en la cumbre: gane quien gane, los usos y costumbres no se modifican.”
Y lo especificaba: “Si el conservadurismo yucateco es, en lo fundamental, un bloque de fuerzas que le cierra el espacio a las alternativas, este conservadurismo se filtra en el PRI, avasalla a los empresarios, exalta a los del PAN y, acaudillado por periodistas y clérigos, se torna en el factor político más conspicuo.” A este respecto, ante una región como la nuestra que no era objetivo principal de su estudio, mostró una sensibilidad extraordinaria.
Tiempos oscuros los actuales, en México y en el mundo, que se hacen aún más difíciles con la desaparición de mentes tan lúcidas como las de Carlos Montemayor apenas hace unas semanas, Bolívar Echeverría hace unos días, José Saramago ayer y hoy Carlos Monsiváis.
Algo queda claro, los grandes intelectuales no se recluyen en ese cinismo innoble que reduce a algunos escritores a convertirse en amanuenses del poder, la escritura genuina reclama un compromiso ético y el rescate de la perspectiva renacentista, que implica salir de la compartimentación de especialistas y de muchos académicos que interesadamente ignoran lo que sucede más allá de su reducido campo, y que obliga a mirar al conjunto de la sociedad, a buscar, a rescatar lo que nos hace humanos. En estos tiempos grises de cinismo e hipocresía, la obra de Monsiváis constituye una luz que continúa iluminando al país y que habrá que rescatar, proyectar y recrear, si no queremos ver a nuestra nación deslizarse por el tobogán en que lo está enfilando la derecha depredadora e inconsciente.
El agujero que deja es sin embargo gigantesco, del tamaño de la tristeza que nos produce a varias generaciones de mexicanos su partida. (enrimo21@hotmail.com)
Publicado en Diario Por Esto! 20 de jnio de 2010
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